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Francisco de Asís

La humildad de corazón

La humildad de corazón

Escrito por Facundo Barreto


Francisco

Giovanni Bernardone, quien más tarde sería conocido como Francisco, nació en Asís, en el año 1182. Siendo hijo de un acomodado comerciante, creció en el seno de una familia de mucha riqueza y reputación y entabló relaciones de amistad con los hijos de nobles y los círculos burgueses más distinguidos. Desde pequeño, Francisco era ambicioso y refinado, aunque ya entonces se descubría en su interior un corazón tierno y compasivo.

En los tiempos de su juventud, recibió la influencia de una vida artístico-poética, ya que entonces comenzaban a resonar las primeras canciones de los trovadores, y un soplo de ellas conservó Francisco a lo largo de toda su vida. En un principio, este impulso lo llevó a entregarse con pasión a la vida festiva: ofrecía grandes banquetes y participaba de ellos, gustaba de las armas, los atuendos.

Su sueño por convertirse en un gran caballero, lo llevó a participar de batallas y a marchar en busca de aventuras y de honor cuando llegó a sus oídos la noticia de una nueva cruzada, en el año 1204. Soñando con grandes aventuras y el regreso victorioso, no dudó en armarse con su mejor armadura y partir en su corcel. No sabría, sin embargo, que en el camino Dios tocaría profundamente su corazón, y que no serían los cantos de sus proezas y la gloria quienes acompañarían su regreso, sino el silencio y el sufrimiento en su interior.

El santo descalzo

Desde que regresara a Asís, Francisco ya no era el mismo que antaño participaba de fiestas y de grandes banquetes con sus amigos, sino que acostumbraba a deambular por las calles reflexivo y angustiado, mirando su alrededor con otros ojos y sintiendo en su interior el vacío de su vida y sus deseos. No se conoce con certeza qué fue lo que sucedió a Francisco en ese viaje, pero entonces su vida había cambiado y su corazón se transformaba, rompiendo asperezas, hasta llegar a latir solo por amor a Dios y a toda la creación.

Necesito pocas cosas y las pocas que necesito, las necesito poco. — San Francisco de Asís

Con el tiempo, Francisco se convirtió en un loco por amor, se convirtió en el santo que conocemos, el santo descalzo, santo de palabras simples y afectuosas. Abandonó sus riquezas y su anterior vida para seguir a Cristo, y pronto hubieron de unirse a él otros once hermanos, con quienes formaría la Orden de Frailes Menores, renovando de esta manera el espíritu cristiano desde la pobreza, el trabajo y la estricta observación del Evangelio.

A Francisco, ya en vida lo llamaban santo, pero también algunos lo seguían considerando loco, dos palabras que para él podrían haber significado lo mismo: ser un loco por Cristo, un santo de esos. Su vida no fue fácil, debido a las enfermedades que continuamente lo atormentaban, y también su desprendimiento lo alejó de su familia y sus amigos, quienes sentían vergüenza de él, al verlo caminando entre los pobres y enfermos, y despreciaban su nueva mirada del mundo.

Es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra. — San Francisco de Asís

Ante todo esto, Francisco nunca abandonó la alegría y el amor. A cada insulto respondía con una caricia, y a cada acto de desprecio extendía un abrazo, en señal de afecto. La chispa joven y radiante de su persona, la sonrisa juvenil y la ternura de su corazón se mantuvieron siempre intactas y se elevaron sobre la base de una vida de amor y de pobreza, siguiendo a Cristo, amoldando su corazón al suyo.

La humildad de corazón

Poco a poco, su humildad y sencillez fueron ganando la atención de las personas, fueron transformando las burlas y el desprecio en interés y respeto en la medida que Francisco caminaba por las calles, entre enfermos y afligidos, predicando el Evangelio de una manera simple y afectuosa. Muchos lo siguieron, aunque este no había sido su plan, y muchos hoy siguen transformándose a la luz de su ejemplo.

Que la paz que anuncian con sus palabras esté primero en sus corazones. — San Francisco de Asís

La humildad de su corazón lo llevó a realizar con amor y alegría cada simple cosa, a mirar con otros ojos su entorno, descubriendo en el otro a Cristo pobre y afligido. Aún hoy, su vida adquiere las dimensiones de un modelo digno de seguir para alcanzar en nosotros esa humildad en el corazón que predicaba Francisco, para amoldar al igual que él nuestro corazón a Cristo, de manera que nos permita aprender a llevar una vida sencilla descubriendo el valor de lo que es importante: el amor.

De Francisco, mucho es lo que nos ha quedado sobre su vida, muchas son las historias que ponen de manifiesto su sencillez y su entrega hasta el final de sus días, en el año 1226, muchos son los milagros, pero sobre todo es la humildad en su corazón lo que enaltece su vida, y es esto lo que debemos aprender de él como cristianos, transformando nuestros corazones y quitando todo lo que no sea necesario, hasta que solo el amor y la entrega sean el motor de cada latido.

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